Ghost in the Shell (2017): Cuando la chispa no termina por convertirse en fuego.

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«La era de la vida basada en la química del carbono está encaminándose a su fin sobre la Tierra, y una nueva era de vida basada en el silicio – indestructible, inmortal, con infinitas posibilidades— está empezando. Con el cambio de siglo, máquinas ultrainteligentes estarán trabajando en íntima asociación con nuestras mejores mentes en todos los problemas cotidianos, en una invencible combinación de poderoso razonamiento animal con intuición humana. El matemático de Dartmouth John Kemeny, un pionero en el uso de ordenadores, ve la relación definitiva entre hombre y ordenador como una unión simbiótica de dos especies vivientes, cada una de ellas dependiente de la otra para la supervivencia. El ordenador -una nueva forma de vida dedicada al pensamiento puro— cuidará de sus asociados humanos, los cuales subvendrán a sus necesidades corporales con electricidad y piezas de repuesto. El hombre se ocupará también de la reproducción de los ordenadores, tal como ya viene haciéndolo, del mismo modo que lo hace hoy en día. A cambio, el ordenador atenderá, a las necesidades sociales y económicas del hombre. Ésta será su salvación en un mundo de aplastante complejidad.» Esto es lo que nos decía Robert Jastrow en 1981 en su famoso libro El Telar Mágico. Tres años después, en 1984, llegaría la novela NEUROMANTE de William Gibson que hizo que sus lectores pusieran una pausa a ese entusiasmo transmitido no solo por Jastrow sino compartido por el mundo, y logró que un buen grupo de gente reflexionara en torno a esta nueva «utopía tecnológica».

neuromanteA partir de Neuromante, el cyberpunk tomó el impulso necesario no solo para divulgarse entre la literatura sino a múltiples ámbitos, sobre todo al cine y, ya en el caso de la «ciudad cyberpunk» (Japón), al manga y anime. Los 80’s y 90’s fueron los años del cyberpunk, pero ¿acaso ya fue agotado todo lo que puede ofrecer el cyberpunk, o cualquier otro tipo de distopía futurista? No, las reflexiones que plantea este género es muy amplio y puede ser tomado de múltiples modos. El problema es que aquél que quiere explorar este mundo y, más aún,no solo recrearlo visualmente sino re-pensarlo, necesita primero reflexionar al máximo respecto a lo ya planteado. El problema es que, desde lo ya planteado, la tarea no es para cualquiera.

Mamoru Oshii, no es un cualquiera, no solo destaca en técnica sino que incluso innovó en la narrativa. No es que solo haya innovado un sistema de venta a través de la creación del OVA, re-pensó y produjo un modo de transmitir una historia. En 1995, la película de Ghost in the Shell se convirtió en el emblema de lo que Oshii podía ofrecer como director, pero también como Artista, con A mayúscula. Oshii transmitió de manera novedosa una historia con una temática no enteramente novedosa, pero tuvo la capacidad de asimilarla y reflexionar sobre ella, quedar «preñado» y parir ideas. Oshii tomó la chispa y la hizo fuego en su ser; y nos quemó a todos.

Hoy más que nunca, nadie quiere ir a cortar leña para atizar el fuego y sentarse frente a él. Las distopías prefieren acurrucarse fuera de la Tierra y no en sus ciudades. De aquí que de algún modo el que Rupert Sanders se haya interesado por atizar un poco el fuego es de suma importancia, pero solo eso: solo supo atizar un poco el fuego, no llego a crear otro incendio. ¿O tal vez me equivoco?

No voy a repetir lo que ya han debido de leer y escuchar de tantos otros análisis, reseñas, comentarios y demás, yo solo sé que vi una chispa y valió la pena presenciarla. Más para entender a qué chispa me refiero, hay que entender claramente cuál es la cuestión vertida en el Ghost in the Shell de Oshii, la que a su vez se entiende por la problemática que surge con René Descartes.

Es casi una pesadilla el como muchos de los comentaristas (incluso los que más respeto y cariño me producen) llegan a tener un pobre conocimiento de todo lo que ha generado un René Descartes. Rayos, incluso siguen repitiendo como críos que este es quien inaugura el pensamiento moderno (sí, olvidan y relegan al pobre Galileo). Aunque nadie puede negar que Descartes sí condensa y traza de un modo más firme el paradigma moderno cuyo lema y tendencia ya había sido profetizado por Bacon con su famosa frase «saber es poder». Un saber puramente técnico-productivo que lo transforma todo en cosa, incluso al ser humano.

descartes-caricatura.jpgY aquí viene Descartes quien se refiere al ser humano como una «cosa pensante» y todo lo demás como «cosa extensa». Esto no lo habría pensando nadie inmerso en el paradigma antiguo, a pesar de que por siglos y siglos reflexionaron en torno a la pregunta: ¿cuál es el sentido de la existencia humana? ¿qué es el ser humano? Incluso Platón y el judeocristianismo, que plantearon la separación alma/cuerpo no llegaron a tanto, incluso los maniqueos para quienes toda materia es aborrecible, sucia, cargada de pecado. Descartes, en su locura, al dudar de todo y quedarse solo con el pensamiento y basar él la existencia humana no solo hace que la ruptura mente/cuerpo sea radical e insondable, sino que hace que todo fuera de la «mente», del «ghost», sea transformable sin ningún reparo, al fin y al cabo todo cuerpo es una máquina que no piensa.

«Todo cuerpo es una máquina y las máquinas fabricadas por el artesano divino son las que están mejor hechas, sin que, por eso, dejen de ser máquinas. Si sólo se considera el cuerpo no hay ninguna diferencia de principio entre las máquinas fabricadas por hombres y los cuerpos vivos engendrados por Dios. La única diferencia es de perfeccionamiento y de complejidad» (René Descartes. «Discurso del Método»).

«Así, pues, como no concebimos que el cuerpo piense de ninguna manera, debemos creer que toda suerte de pensamientos que existen en nosotros pertenecen al alma» (René Descartes. Art. 4 de «Las pasiones del alma»).

El endiosamiento de la razón se marca aquí como rumbo fijo de la humanidad. La transformación técnico-productiva dirigida por la Diosa Razón es el centro del paradigma moderno y fuente de su progreso. Esta fe la va a heredar y desarrollar la corriente positivista, marxista, analítica, etc., etc., etc. Incluso, hasta hoy en día, se llega a postular, sostener y apostar por el «transhumanismo», cuya base es la fusión mente-máquina para superar la condición humana. Idea que vierte claramente Oshii al final de su película.

tumblr_mq0zlgO3hq1rqlw0lo3_1280Como vemos, este problema alma-máquina nace y se desarrolla en Europa y se exporta al mundo, tanto las posturas a favor, como las en contra que surgirán a partir del siglo XIX (Schopenhauer, Nietzsche, etc.). Las posturas en contra tratarán de hacer recordar que la «mente», el «ghost», sería incluso más frágil y más presto a controlar y transformar que el mismo cuerpo. Además, la razón no sería más que un accidente, una modalidad, que, en el fondo, es súbdita de la «voluntad» que solo quiere vivir (por tomar términos y conceptos de Sxhopenhauer), por lo que la razón no nos definiría como reales seres humanos, es más el endiosamiento de la razón nos llevaría a la autodestrucción, puesto que la razón desprovista de frenos solo buscará el existir por el existir (sin sentido alguno) y para ello va a tener que despojarse de todo rastro de humanidad. Rayos, quisiera extenderme a lo que sería las hormigas-máquina… que explica muy bien el holon de Koestler (quien termina siendo profundamente crítico tanto al «capitalismo», al «marxismo», «a la tecnocracia», etc.), idea que aparece en su libro The Ghost in the Machine que es la directa inspiración de las historia que aquí nos convoca.

Pensar que la razón es lo que nos define, es estar equivocado. Esta es la base de The Ghost in the Shell. Si sales pensando que tu Ghost te hace ser humano después de ver lo que te transmite esta historia, es que no has entendido nada. Ciertamente la pregunta que siempre acompaña a Motoko es el ¿qué soy yo?… ¿Creen que esta es una pregunta profunda? Pues yo les digo que no, esa es una pregunta que efectivamente nace de una «cosa pensante», es la pregunta de qué la conforma y ya es sabido que tiene todo un monólogo respecto a eso en la película de 1995. Desde un inicio Motoko se presenta como completamente una «cosa», aunque debo señalar que en el pensamiento asiático (sobre todo tradicional) el qué soy implica de algún modo el quién soy, en primer lugar porque no existe la diferencia entre mente/cuerpo, y sobre todo porque cada tipo de conformación está «destinado» a algo, a hacer algo, a actuar de tal o cual modo, si se cambia la conformación se cambia su «fin», si se cambia su «fin» es porque se ha cambiado o se ha de cambiar su conformación. ¿Y si no tiene fin? Ah, entonces no tiene conformación alguna, solo es un cúmulo de partes que ni siquiera pueden conformar un todo. La imposibilidad de preguntarse por un ¿quién soy? ¿cuál es el sentido de mi existencia? es la tragedia de la Mayor. Su salvación será el que el Titiritero le de una especie de «sentido» a la «cosa que es» (por eso vuelve a renacer), pero «¿ahora qué hará la recién nacida?». Se ha inmerso en lo ilimitado, y en lo ilimitado no se encuentra un sentido… solo queda perderse. Pareciese que la «recién nacida» termina contenta pero el espectador, humano, ¿cómo queda? La reacción en mí fue de escalofríos, sin esperanza alguna, abrazándome a mí misma como si se me fuera a escapar la humanidad.

Con todo, es menester indicar que Oshii si bien le agrega una narrativa y ciertos símbolos orientales, en sí, me sorprende que la película sea muy europea (de la Europa antirracionalista (anti-exaltación de la razón), pero Europea al fin y al cabo). Y, ya aquí voy soltando lo que pienso del live-action: si no supiera nada sobre el pensamiento oriental, créanme que realmente hubiese tirado basura y estiércol a lo que propone Rupert Sanders todo porque a Oshii le capto toda la idea puesto que pareciese hablar en mi propio idioma (dado que mi mente es una colonia de Europa) y hasta llegaría a decir que Rupert lo ha desvirtuado todo. Y, efectivamente, Oshii nos propone un mundo asiático «occidentalizado» y Sanders un mundo «occidental asiatizado». Oshii trata de criticar así a su entorno tan adaptado a esa «occidentalización» que llega no solo a cambiar la forma en la que vivía el pueblo asiático sino la forma en cómo veían el mundo. Sanders, en cambio, va a tratar de criticar a «occidente» tomando prestado ciertas concepciones asiáticas. Y digo «tratar» porque, lamentablemente, su poca experiencia le juega una mala pasada y no logra cumplir con el objetivo trazado, sin contar que su inclinación por lo visual ha degenerado en un decaimiento en su manejo por la narrativa lingüística en tanto guión (y tampoco tuvo los huevos de cambiar de guionista por otro que comprendiera mejor la propuesta).

Sanders toma el planteamiento básico arriba mencionado: el «yo no me defino por mi razón», pero lo vierte a través de una tendencia típica de Asia: la importancia del nombre, los lugares y ocasiones, y cómo todo esto está relacionado a las «mutaciones» (o los «cambios»). Y, de otra parte, Sanders trata de mantener una esperanza juvenil.

Ya les mencioné que para el pensamiento tradicional de Asia, la división mente/cuerpo no existe, pues tampoco existe las nociones de tiempo y espacio (ni siquiera hay nociones de conceptualización o definición). Los «constructos abstractos» no caben. En cambio sí existe las correlaciones de ocasiones y lugares (aunque distintos nunca separables): un lugar siempre ha de evocar o traer una ocasión, y viceversa. Si el lugar es otro, la ocasión es otra y trae otro tipo de orden. No puede hablarse de creaciones sino de ordenamientos, cada ordenamiento tiene un nombre distinto. Una de las ocasiones y lugares más determinantes de todo ser vivo es su nacimiento, por ello es importante el nombre que se te da en cada «nuevo» nacimiento, pues no solo te hará ser lo que eres sino sobre todo el cómo serás y como actuarás a lo largo de tu vida. Si te nombran de otro modo, serás otro y actuarás de forma distinta, con responsabilidades distintas. ¿Pero esto no haría que el ser humano solo viva en el efectivo presente y olvide su pasado conforme va adquiriendo «nuevos nombres»? Así el padre tendría que olvidar el ser hijo, solo por el hecho de que ahora es padre. Esto no funciona así. Para ello hay que entender lo de las «mutaciones o cambios».

A diferencia de una mentalidad dual, donde si no eres uno eres lo otro, la mentalidad de correspondencia y relaciones no alberga en ella el principio de no-contradicción. A puede ser igual a no A. La Mayor puede ser Motoko Kusanagi pero no es Motoko Kusanagi es La Mayor, un alguien que al ser renombrada como tal ha de asumir la función que se le ha dado: salvar a otros (bueno, esto de salvar a otro sí es bien mesiánico), otros que ahora sí están relacionados con ella en sus ocasiones(recuerdos) y lugares(cuerpo, hogar) anteriores. Siento que Sanders no quiso mostrarnos lo que Oshii, quien muestra una dualidad (cuyo extremo es la fusión del Titiritero con la Mayor), sino un intermedio: una mutación más que una transformación. Las mutaciones engendran relaciones, las transformaciones quiebran relaciones. Las mutaciones requieren límites, la transformación busca perderse en lo ilimitado. Sanders y Oshii hacen que la Mayor opte por caminos distintos, Oshii nos dice cómo terminará esa problemática de mente-máquina si se persigue lo ilimitado, Sanders nos dice que tal vez podemos desacelerar ese final inminente si recordamos el pasado, si tomamos consejos de otras culturas y nos limitamos. Los límites hacen al hombre: la vida es un sinsentido pero somos la única especie que podemos darnos un sentido, limitarnos, seguir normas, modelos (y vivenciar lo divinamente superfluo, de tener una participación mística – pero hasta aquí no llega Sanders ¿o tal vez sí con esa escena de monjes interconectados?).

Ghost-in-the-shell-2017-Game-itSanders ha abierto una nueva perspectiva de Ghost in the Shell, una perspectiva (a mi parecer) más asiática de lo que se esperaba pero… pero… pero LA INEXPERIENCIA pesa. Las buenas ideas se agotan si no pueden ser transmitidas, lo que da a entender que no fueron del todo asimiladas. Aunque, en el mismo desarrollo de la película se nota que el director va creciendo, siendo el último cuarto de la película lo más rescatable, lo más maduro. Es como si Sanders estuviese chocando piedras durante gran parte de la película y no es hasta el último tramo que produce chispas, lo que «certifica» que no estaba chocando tan mal las piedras (si no que pudo haber escogido otras piedras).

Creo que basta todo este rollo para expresar mi consideración respecto a esta adaptación que cumplió como adaptación, propuso nuevas perspectivas de la historia y su planteamiento, pero su narrativa, su exposición dejó mucho que desear (y no me refiero al aspecto visual que concuerdo con todos que fue toda una delicia). Lamento que no hayamos presenciado un incendio, pero presenciar chispas en un joven director es algo muy esperanzador, si es diligente, si sabe cultivarse puede que llegue a ser «alguien en la vida» (como nos decía un profesor de Filosofía de la Religión y Filosofía Medieval).

Gracias a los locos que me leen. Hasta otra oportunidad.

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